Una experiencia para toda la vida
Amenazaba lluvia, pero l@s niñ@s de ocho años son impermeables a las previsiones meteorológicas. La emoción llevaba días desbordada por los poros de la piel.
Convertirse en un animal cuyo nombre empiece por nuestra inicial. Comer juntos, repartir habitaciones y ver con quién vamos a dormir, vaciar las maletas…todo eso daría para un día entero, pero, además, pudimos ver el pueblo, correr por sus calles, hablar con sus gentes, aprender sobre arquitectura popular… Y, por la noche, hacer una velada divertidísima donde aprendimos canciones que usamos en los ratos libres de los otros dos días.
El martes nos despertamos antes de tiempo… ¡normal! Después de coger energía en el desayuno, había que alimentar a los animales, ver la huerta, hacer rosquillas, fabricar papel reciclado… Y, por la tarde, un espectacular taller de egagrópilas de la mano de uno de los papás de nuestras niñas. Las desmenuzamos, reconocimos los diferentes huesos, los etiquetamos en cartulinas, etc. Un lujo al alcance de muy pocos niños de esta edad. Después la ducha, la cena y ¡LA FIESTA! No os imagináis la ropa tan chula que habían traído para impresionar a las chicas/los chicos en el baile.
El miércoles costó más levantarse, normal, ¡vaya cansancio acumulado teníamos! Aprendimos a moler trigo en el molino, las trampas y formas de vivir de las molineras, hicimos pan con la harina, lo horneamos y nos despedimos, después de comer, de los animales a los que tanto cariño habíamos cogido.
Una experiencia inolvidable. Ahora serán los niños quienes tengan que decidir qué es lo que más les ha marcado en estos tres días.
